lunes, 8 de febrero de 2016

Nunca fuimos una generación (y II)




Periodistas y periodismo en Tenerife antes y después de la crisis

Andrés Pomares Izquierdo

 
La Gaceta de Canarias. Parada y fonda del grupo de periodistas más brillantes de estos años que ya hemos señalado en nuestra entrega anterior. ¿Fue un gran periódico? No. Nunca lo fue. Fue un laboratorio, un campo de pruebas, donde todos aprendían de todos, sin que nadie se arrogase el título de magíster y donde se foguearon muchos que ahora o son altas cumbres o llanuras sepultadas en el olvido, no por ellos mismos, sino por las inclemencias del malvado tiempo.

Detenerse en los detalles sería algo de muy mal gusto. A pesar del enorme interés en las  vidas y milagros de los periodistas, en esta tierra lo que ha prevalecido es el egotismo más acendrado y usamos esta expresión que nos parece más justa que egoísmo, esta más chabacana, menos glamorosa y sobre todo injusta.

Todos los que se sentaron en aquella desvencijada redacción, eran como esos espejos que iban por el camino, sin darse cuenta que sus reflejos los acabarían cegando a todos y  no les permitieron darse cuenta de las verdaderas fuerzas que los manejaban y que al final acabarían con todo, de esta manera que ahora vivimos, en una total atonía, en una espantosa mediocridad y sin que se alumbre cambio alguno.

Los años noventa y estos años que nos tocan de siglo XXI han visto como se derrumbaba el periodismo convencional, el periodismo hecho y curtido en redacciones y financiado por administraciones y constructores en Tenerife, al de este momento de nos salvamos todos e intentamos hacer de lo que sea un nicho de negocio.

Resulta curioso que en aquellos tiempos heroicos de La Gaceta de Canarias, esa ventana abierta al futuro, los medios públicos no tenían ni la importancia y la trascendencia que tienen ahora, ya que en aquellos tiempos todos los talentos se rendían ante lo privado y desdeñaban lo público. No había sino que ver como todos consideraban por ejemplo a los trabajadores de TVE-C, convertidos en funcionarios, en todo lo que significa el término, en su lado bueno y en el malo.

La ceguera con la que se atravesó esa etapa sirvió para los desastres de lo que vino después y solamente el mismo ejemplo de la decadencia y final de La Gaceta de Canarias, dio cuenta de este proceso que estamos analizando y que constituye el santo y seña de una generación que no se ha reconocido a sí misma, en la que sus integrantes no se sienten nada unidos, que no han construido nada memorable y que cada uno de ellos ha construido como ha podido su propia carrera personal y profesional.

La nostalgia no es una buena compañera. Ni siquiera la magia negra sirve de mucho en esta evocación de tiempos pasados donde surgen de las sombras todo tipo de espectros, que aún perviven entre nosotros y siguen ejerciendo sus malas influencias.

Todos fuimos discípulos, ninguno de nosotros pudo matar a sus maestros. Éstos han acabado con todo, por eso ni fuimos ni hemos sido. Vivimos el eterno presente, encarando en un sueldo, en una subsistencia. No tuvimos la fuerza que da la desobediencia civil a lo Thoreau.
Por eso nunca fuimos una generación, quizás porque no nos dejaron o no tuvimos la sabiduría suficiente para construirla.

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